Cuando sólo era un niño tuve la suerte de conocer a estos hombres, llegaban a mi barrio, en el Valle de los Galanes, entre El Palo y Pedregalejos. Paquillo el pescaó, como se le conocía a uno de ellos, me parece estar viéndolo ahora mismo, llegaba descalzo, con los pantalones remangados, los cenachos colgando de los brazos, que por cierto había que tener arte para ponérselos y poder llevarlos como en “jarra”.
Al igual que le recuerdo a él, recuerdo a Carmelita la de las almejas, también llegaba con un canasto lleno de almejas recién cogidas. Aquella sencillez de la gente, aquellos tiempos duros, pero entrañables, quedaron en el pasado como un lejano recuerdo, pero no dejan de ser parte de la cultura de nuestra tierra, vivencias que quedan en lo más hondo de nuestro ser y no se borraran hasta que “recojamos velas definitivamente”, para irnos al otro barrio.
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